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POR QUÉ PADECES 145 A veces, sin causa conocida, parece que se ex• tiende sobre la naturaleza y sobre la humanidad un velo ~ris, decae nuestro espíritu, enmuqece nuestra lengua, como la d~ las aves cuando se oculta el sol en el horizonte, y si hablamos, es para exclamar desalen– tados y abatidos: «¡qué triste es el mundo!» y aún aña· dimps esta frase, que siempre mt. ha parecido de mal gusto y hasta ofensiva para Dios: «¡Verdaderamente que esta vi.da no vale la pena de ser vivida!» Muchos poetas han dtdicado sus estrofas a descri• bir esa original situación del alma, diciendo cosas muy interesante¡¡; y a la verdad, oyendo nuestras la.menta– ciones, parece que nos sucede entonces algo grave y sin embargo, no es así. Ese sentimiento nuestro es una prosáica vulgari– dad, que no merece ni elogios, ni poesía. · ¿Sabes, hermano mío, qué son, en último término, esos nuestros rato·s de tedio? No son otra cosa que el ayuno forzoso del amor propio, que durante algunas horas o durante algunos días, se encuentran sin alimen• to, en cualq a de sus tres pasiones, la codicia, la sensualidad rgullo. No tien se sentimiento más profundidad. Nos aburrimos, porque no gozamos. Por eso, para pasarnos súbitamente del abatimien– to a la alegría, basta una cosa insi¡rnificante; el anun• cio de que nos han encomendado un cargo honorífico, o de un espectáculo agradable, que alimente nuestra 10

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