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POR QUIÍ PADECES XXI Padezco, y no , ,. se por que Pues no hay efecto sin causa; con que, cuando pa~ deces, por algo será. Si nuestro corazón se fijara en Dios, como en su, verdadero centro, se fijaría también la inteligencia, y la misma fantasía perdería mucho de su movilidad, co-. mo sucede en las almas espirituales, que suelen distin– guirse, entre otras cosas, por ser ser más uniformes y serenas. Pero los espíritus vulgares fluctuamos a todo vien– to; y, en vez de mandar en las cosas, ellas mandan en nosotros, sometiéndonos a mil linaje de impresiones. ¿Quién será capaz de enumerar las que pasan por nuestro corazón; a veces en muy poco tiempo? Tenemos momentos de energía y de debilidad, de– humildad y de soberbia, de sumisión y de dominio, de desaliento y de esperanza, de cobardía y de valor, de tristeza y de alegría, de optimismo y de pesimismo, de arrojo y de retraimiento, de magnanimidad y de pe– quefíez de espíritu, de amor y de desprecio, de paz y de turbación; y el mundo y los hombres cambian a
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