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142 PoR QUÉ PADECES aquella región de la caridad generosa que ahuyenta to– do temor, como dice San Juan; pero si 110 llegas a ella, bien estás donde estás, aunque el temor te haga pade– cer. Lo que tú sientes se lo pedía David al Señor con mucha insistencia y como una gracia especial. Traspa– sa mi carne, es decir mi corazón, le decía, con el clavo de tu santo temor. Con razón oraba de ese modo, porque una vez en la vida en que se olvidó de Dios y dejó de temer, se precipitó en graves pecados, que le costaron lágrimas af\largas. En dos palabras, hermano mío. Esa preocupación que sientes por la salvación de tu alma es un gran bien para tí y además señal de predestinación. El que te tie– ne espantado para que temas lo que debe ser temido, ese es el que te quiere. Cuando un padre ama muchísimo a su hijo y quie– re retenerlo en casa consigo toda la tarde, le hace gran– des ponderaciones del frío que se siente fuera, para que el niño se asuste y no quiera salir. Eso es lo que hace Dios contigo, asustarte, para retenerte, no toda la tarde, sino durante toda la eter– nidad.
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