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POR QUÉ PADECES 139 viadas y luego convertidas) la ternura de sus frases y de su proceder no tiene límit~s. Porque ese padre del hijo pródigo que, viéndole volver, siente que se le conmueven las entrañas, y va a · su encuentro y le echa los brazos al cuello y le da ós– culo de paz, es el mismo Dios; y lo que allí dice y ha– c~, es lo que realmente hace y dice espiritualmente cop todos los pecadores que a El se vuelven. Confía, pues, en Dios, hermano mío, y honra a la misericordia divina, proclamándola en tu corazón mu– cho mayor que todas tus maldades. La mejor apología del amor de la madre la hace su hijito pequeño, descansando plenamente confiado en su regazo, sin temer ningún peligro. Del mismo modo, los pecadores convertidos y con– fiados totalmente en Dios, son un canto viviente a su clemencia y a la veracidad de su pal&bra. Aunque tus pecados hayan sido muy numerosos y muy graves, no han podido ser ni infinitos en número, ni infinitos en gravedad. · A la malicia del pecado la llamamos infinita por razóri del objeto que es Dio~; pero esencialmente no lo es, ni puede serlo, por ser producto de una criatura. Pues bien, la misericordia de Dios es esencial– mente infinita en todos los sentidos. La Iglesia lo can-

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