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12 POR QUÉ PADECES de personas, y siempre he creído ver en ellas algo de . singular, µn matiz de dolor característico, especie de cicatriz que ha dejado, al pasar por su alma y por su cuerpo, el golpe fulminante de la adversidad. No es su tristeza una tristeza común; sino una nos– talgia dolorosa, causada en su espíritu por mil ideas e imaginaciones que desfilan constantemente delante de él, trayéndole a la memoria un mundo de gloría y de riquezas que se ha eclipsado quizá para siempre. ¡Y tú, hermano mío, que me lees, estás pasando por esta tribulación y te lamentas de ella! Bien explicables son tus lamentos, porque es cosa verdaderamente triste el que un padre o una madre reu– na un día a sus hijos para decirles: hijos míos, hasta hace dos horas éramos ricos y ya no lo somos; somos pobres, poco menos pobres que los que veis mendigan· do por las calles>. Y descender luego desde la cima de la riqueza hasta la llanura donde los pobres viven, y c~mbiar de ciudad, cambiar de casa,· cambiar de piso, cambiar de mobiliario, despedir a la servidumbre, y declararse pobres en la oscuridad del hogar, y a veces ¡terrible situación! sin podtr declararlo ante el mundo. No siempre se llega a. ese estado tan repentin_a e inopinadamente, pero siempre es poco más o menos el mismo el dolor de la caída. Pues bien, hermano mío, si tú eres uno de los visi– tados por esta tribulación, no te desesperes por eso, ni pierdas la paz; porque todo lo que te sucede ha sido
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