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134 POR QUÉ PADECES Es una lucha feroz del cuerpo con la enfermedad; pero es la lucha que sostendrían en el palacio real con– tra un enemigo invasor, los servidores del rey, sin que este se enterase del caso. Así se combate en el cuerpo humano en los postte– ros instantes; hasta que al fin sucede que, derrotados estos fieles vasallos, que se llaman las células orgáni– cas, el espíritu, sin saber cómo ni cómo no, se ve puesto fuera de su morada. Entonces comienza lo verdaderamente grande para él, favorable o adverso. Pero... esto ya no es materia del presente capítulo. Te aconsejo pues, hermano mío, que pierdas el mie-: do a la muerte, a ese célebre fantasma, compuesto de huesos descarnados y armado de guadaña, porque ni ella, ni el león son tan fieros como los pintan. Pero me dirás: Entonces ¿por qué tratan de. intimi– darnos los predicadores, cuando nos hablan de esa úl– tima jornada? ¿A que viene el aterrarnos con esas des– cripciones tremebundas y patéticas, si en ella nada hay que temer? A esto te respondo que la jdea de la muerte lleva consigo otras muchas, que forman el contenido del ser– món, y suelen ser el objeto de las vehemtncias (muy ra• zonables) del orador. Yo te diré ahora lo que debes temer:

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