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lPC)R QUÉ PADECES 119 del malvado ante los ojos divinos. A nosotros mismos, cuando miremos desde la eter· nidad, los arios de nuestra vida se nos ofrecerán como una cosa tan breve, que el castigo de tos malvado_s nos parecerá entonces que fu_é i_nmediato y fulminante. * * * Observa ademá!:i, hermano mío, que la lentitud rela– tiva de Dios en castigar la. maldad:se convierte en una prueba admirable de la realidad de un mundo superior.· Esas heridas irrestañables, esas lágrimas inocen– tes, que no dejan de correr, esos sufrimientos de la pobreza que duran tanto .como la vida, esas imputacio– i11es calumniosas que nunca se desvanecen, esa inocen– da perseguida, esos crímenes ocultos que jamás se des· ,cubrirán, esos rasgos de virtud heróica que el mundo no ve, y por consiguiente, no puede admirar ni premiar; -esos asesinatos que quedan impugnes, esos justos su– _-friendo y esos impíos triunfando, hacen de sociedad la .una cosa tan imperfecta y monstruosa, que sería indigna -de Dios, sino tuviera todo esto una segunda parte, des· .tinada a la administración de la más estricta justicia a ,buenos y malos. Por eso decía con mucha.razón un predicador elo– .-cuente a su auditorio: «San Juan Bautista está en la -cárcel,- Herodes en el trono, Dios es justo, luego hay otra vida.

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