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118 POR QUÉ PADECES videncia, y que El, que obra con la eternidad, se aco– mode al pequeño reloj, que marca los minutos de nues– .tra existencia efímera. Hay que cambiar de punto de vista, hermano mío, para juzgar las cosas del Sefior, Tú y yo, somos hom– bres, pero no la humanidad; y en el drama que se repre• senta en el mundo, no nos toca asistir más que a unas pocas escenas. ·Et impío triunfa, el justo lo ve, desea su caída y muere sin verla. Este es un acontecimiento de todos los días, y hay que resignarse a presenciarlo, sin perder la tranquili– dad. En todo caso; no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, ni mal que cien años dure,– y en la actualidad, no tarda Dios en adu.inistrar justi– cia completa más de cien afios, porque el hombre no vive más tiempo, salvas rarísimas excepciones. Dice el Profeta David: « Vi al impío elevado so– bre los cedros del Líbano. Pasé al poco tiempo por allí y ya no estaba:» ¡Soberbia imagen! Esas frases elocuentísimas son un relámpago que ilumina esta grave cuestión. Esa es la historia de los grandes perversos, si ade– más son impenitentes: subir, dominar perseguir a los buené>s, morir y condenarse; todo en pocos minutos, en e'l espacio que le cuesta a un cedro de Líbano crujir y caer al suelo, que apenas es más que eso ta existencia

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