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116 I\JR QUÉ PADECES XVII Me aflige el triunfo de la maldad Esa lamentación es muy general en los buenos. Y la verdad es que no cabe dentro de los límites de un capítulo las reflexiones que ella sugiere, algunas de las cuales, por su transcendencia, pertenecen, digá– moslo así, a la alta apologética. El hecho es este: Existe en nosotros un sentimiento de justicia, (o .que lo parece) que nos inclina a desear el castigo inme– diato de los grandes culpables, singularmente de los perseguidores sistemáticos de la verdad y del bien, y de los que lo practican. Naturalmente, que este deseo es mucho más inten– so, si las victimas somos nosotros. El espectáculo de un hombre, o de muchos hombres, o de un pueblo entero, burlándose de lo que nosotros bendecimos, profanando lo que nosotro~ acoramos, o martirizando a los amigos de Dios, nos subleva la san– gre, y nos hace exclamar, celósos e impacientes: «¡Qué

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