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POR QUÉ PADECES 115 hasta que comienza a notar que el fondo del túnel em– pieza a iluminarse; aquella luz aumeñta gradualmente sin cesar, y por fin se dibuja ya en el centro de ella la silueta del autor de sus días, del ser querido, en quien había puesto toda su confianza. Allí está aguardándole con los brazos abiertos, pa– ra premiarle porque es hijo suyo, porque ha creído y además porque ha caminado. Esta comparación, hermano mío, no necesita expli– cación alguna. Es una imagen de la vida cristiana con su desenlace final. La vida es una noche oscura. Es noche, porque no se ve y porque ha de conver– tirse en día. La noche que no se con.vierte en día, es el infierno. El día que no se convierte en noche es el cielo, recom– pensa última de los que, durante esta noche transitoria, han sabido guardar la ley, y soportar el dolor con pa~ ciencia y esperanza.

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