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112 POR QUÉ PADECES ,esa salud deseada, al pecado, y, por él, a la eterna ,condenación. Tú ambicionabas honores y dignidades y envidia– bas a los que las poseían. Mira ahora lo que hubiera sido de tí, si, en vez de vivir en la obscuridad, como viviste, te hubieras disipado con los aplausos y la glo– .ria humana. Tú llenaste la casa de gemidos cuando tu hijo mu– rió y decías, ¿por qué me deja, Dios, tan sola? Obser– va cual hubiera sido el pandero de tu hijo, si hubiera tlegado a la edad madura. Se hubiera perdido para -siempre. T_ú te consideraste desgraciada porque no supieron responder a tu amor, sino con el abandono e ingratitud. Ahora puedes ver a donde ibas a parar si hubieras uni– do tu existencia con la persona a quien amabas; a la mayor desventura temporal y eterna. ¡Qué panorama han de descubrir entonces nuestros ojos, hermano mío! Y cómo nos hemos de deshacer en .alabanzas divinas, y cómo hemos de cantar la miseri– cordia de Dios, al ver y al comprobar que aquel cami– no tan extraño, tan desviado en apariencia, por donde ,el Señor nos conducía, y que parecía que no tenía sali– da, iba a parar precisamente a la casa paterna, donde a.hora nos encontramos. ¡Bendita pobreza! ¡Bendita enfermedad! ¡Benditos dolores! ¡Bendita obscuridad y bendito olvido que, sin .saberlo yo, me iban llevando, como los vientos a la

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