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POR QUÉ PADECES 111 son las cosas cuya existencia depende de una condi– ción que tal vez no existirá, y por consiguiente, en ese caso, ese futuro tampoco ha de existir nunca. Yo me imagino y tengo por cierto que, cuando va•· yamos al cielo, Dios nos ha de leer (permítaseme esta, expresión) muchos párrafos de •ese capítulo, relativos. a nuestra vida individual. Y ¡qué cosas hemos de averiguar entonces! Y ¡có· mo hemos de bendecir a Dios, al averiguarlas! En aquella altura, desde donde todas. las cosas se: ven, Dios nos dará la explicación que justifique su Pro-· videncia paternal, para nosotros, y nos demostrará que El es el primero, quizá el único, que ha sabido amar- nos bien. · No siempre (casi nunca) se ven desde la llanura todas las curvas y ondulaciones que traza la senda que conduce a lo alto de la moutaña, ni los abismos que va, sorteando; pero desde la cumbre todo se aprecia bien. Y entonces elogia el viajero al que ha trazado el cami– no, comprendiendo que por allí debía pasar y no por· otra parte. Esta metáfora explica mi pensamiento. Entonces dirá Dios nuestro Señor al alma: «Tú te lamentabas de tu pobreza como de una desgracia, y anhelabas las riquezas temporales como una felicidad. Observa ahora y mira, a donde ibas a parar, si hubi(¡)– ras sido rico. . Tú te quejabas de la enfermedad y deseabas ardien– temente la salud. Mira desde aquí i:;i. donde te conducía,

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