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POR QUÉ PADECES 10Y bios, amados, disfrutando siempre de salud excelente,, teniendo en una palabra a la prosperidad como compa– fíera inseparable de nue~tra existencia? Creo que no,, y pongo por testigo a la experiencia. No basta clamar y protestar contra el dolor. Es ne• cesario demostrar que, sin él, podríamos conservar fo– cilmente nu,estra vida moral. Yo digo que eso no es cosa fácil, y apelo a los he– chos. ¿Quién se conserva humilde en un puesto elevado,, sin verse obligado a hacer constantemente un gran tra~ bajo de reacción espiritual contra sns sentimientos de vanidad? ¿Qué comerciante no siente enfriarse el fervor de, su fe, si sus negocios van siempre viento en popa? ¿Qué pue,blo de labradores no empieza a corrom'-' perse, si tiene tres años seguidos una gran cosecha?., ¿Quién ·es el hombre sabio, el hombre robusto, la. mujer hermosa que no vea y sienta un verdadc·ro ene– migo, o, por lo menos, una ocasión de que disminuya la vida de su espíritu, precisamente en esas excelentes cualidades?. El hombre que ve muy buenas cosas en si mismo, piensa en sí mismo y se olvida de Dios. Ese es el he– cho. Parece una paradoja y no obstante es así: somos, más valientes, tenemos más arrestos para sopor– tar la adversidad que la prosperidad.

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