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POR QUÉ PADECES cton, se puede llorar, pero desespenuse, no. fü,o es irracional y hasta ridículo. Santa Inés se apareció a sus padres que lloraban so· bre su sepultura, y les dijo: c<No me lloréis como si hubiera muerto, porque vivo, y estoy con mi Dios, a quien amé cuando estaba en el mundo.» ¡A cuan– tos padres y madres les podrían decir eso mismo sus hijos, si se les aparecieran! Ninguna madre llora, a no ser de satisfacción, cuan– do ve a su hijo tomar el tren para ir a la capital a ser coronado, o a entrar en pcsesión de una herencia, que lo va a enriquecer. Pues así son de inoportunas a veces nuestras l.ágri- más! Lloramos precisamente cuando es feliz, y se ale– gra, y ríe, y triunfa el que es objeto de nuestro dolor. No debes olvidar por otra parte, hermano mío, que la persona que ha fallecida, dejándote en soledad, era también amada por Otro, que tiene sobre ella mayores derechos que tú, porque con su poder la ha creado, y con su sangre la ha redimido. ¿Y no podía llevársela consigo en el momento en que quisiera? ¿No podía elegir ese momento para con– . ducirla a 1a felicidad, sin consultártelo a tí? ¿Y quien sabe si esa muerte, acaecida en ese día y en ese instante, y no antes ni después, va a ser causa de que te reunas para siempre en el cielo con el ser inol-

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