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POR QUÉ PADECES 99 ,que nuestro padre, nuestro hermano, nuestro amigo, · etc., en vez de morir se han trasladado? f'ues si esto creemos, y nos alienta además la es– peranza de que la persona a quien amamos 'está en el cielo o en el camino del cielo ¿a qué vienen esa deses• peración y esos gritos inmotivados, y ofensivos, por otra parte, a las disposiciones y a· la misma bon.dad de Dios? Y la verdad es, que en eso suelen venir a purar esos estallidos de pena, en expresiones como esta, que a veces suelen oirse, y que suenan como verdaderas blasfemias: «¿Por qué había de hacer Dios esto? ¿ No hay por ahí otras personas que hacen menos falta en este mundo? De ese modo suelen terminar esos extremos de do– lor, en una protesta airada y escandalosa contra los de– signios de la voluntad divina. No es así como debe llorar un cristiano la muerte de sus parientes., por. allegados que sean. Dos personas caminan por la misma. carretera. Al llegar a cierto punto, la carretera se bifurca, para jun– tarse a los pocos kilómetros. ¿Estaría bien que esas dos personas se entregasen a un llanto desgarrador, al separarse entre sí, sabiendo que habían de volverse a encontrar a la pocas horas, para no separarse ya nun- · ca? Pues ese es nuestro caso. Una despedida en el lecho de muerte es una cita para el cielo; y, por consiguiente, verificada la separa-

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