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8 POR QUÉ PADECES el rico contrae enfermedades lo mismo que tú, y si tú has de morir víctima de alguna de ellas, la misma suer– te le ha de caber a él. Pero además, las penas toman la medida del cora– zón. La imagen de un monte colosal cabt en la retina y un granito de arena la llena toda. Cuando nos sobrevienen graves contratiempos, su– frimos gravemente con ellos. Cuando los contratiem• pos soo pequefios, los agrandamos con la imaginación y sufrimo:; igual; porque el dolor es el rey del mundo, y una ley de nuestra existencia el padecer, y cuando Dios no nos envía aflicciones, nos las fabricamos noso– tros a nuestra medida, y la ley se cumple. ¿Qué diferencia hay entre el sufrimiento de dos hombres a quienes se les hiere, al uno con vara de hie– rro y al otro con vara de madera, si el primero de ellos está endurecido por el trabajo y fuerte como un roble, y el otro está reblandecido y debilitado por la vida mue• lle, como una flor de invernadero? Ninguna. Lo:s dos su– fren lo mismo. Todo es relativo; y la fuerza del dolor está en el grado en que contraría nuestros hábitos y hiere nuestra sensibilidad, más o menos delicada, según la vida que hacemos y las comodidades de que disfrutamos. No te causen pues envidia, hermano mío, los pla– ceres del rico, porque te aseguro que no son mayores que los tuyos, y a pesar de sus riquezas, en estt va– lle de lágrlmas, derrama tantas lágrimas como tú.

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