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- 169 - drá darse porque es muy dificultoso amar a quienes, más que a padres bondadosos, se parecen a implaca– bles jueces. 2.º Es casi imposible la obediencia religiosa a Su– periores irascibles. 3.º La uni6n y buena. armonía entre los religiosos serán casi un mito; pero en cambio correrán a sus anchas las enemistades y las murmuraciones. 4.º Lla sinceridad desaparece de los conventos for– mando con ello sólo hipócritas y, para más tarde, tal vez ap6stalas .(r). , 259. El Superior, sin embargo, nunca debe imitar a ciertos médicos que abandonan al enfermo en lugar de curarlo: Debe, pues, corregir y castigar cuando sea necesario, puesto que la misma caridad exige que, cuando no bastan los remedios ordinarios para curar al enfermo, se eche mano de los extramdinarios. En unir la dulzura con el necesario rigor está preosamen– te la dificultad y en donde ha de manifestarse la pru– dencia del Superior (2). A los confesores. 260. Con más razón aún que a los Superiores, re– comiéndase lo dicho a los confesores, cuyo ministerio se ciñe al tribunal de la penitencia en donde la benig– nidad debe triunfar del rigor. Sería ciertamente vitu– perable aquel religioso que pusiera más interés en las confesiones de los seglares que en las de sus herma– nos los frailes. RESUMEN Por lo expuesto, vemos que en este ca¡iHnlo sólo hay un precepto, y es «que los fraile.s acudan a sus Ministros para la absolución de los reservados». (r) Bu/sano, n. 390. (2) San Buenaventura, cap. VII de la Regla.
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