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- 161 - eso ha de nombrar un Hermano enfermero apto, lleno de caridad, de mansedumbre y de paciencia, pues estas tres virtudes son sumamente necesarias para ha• tar con enfermos. Ha de ser el enfermero extremado en todo lo que atañe a la limpieza, tanto del enfermo como de la celda, ropas, etc., procurando hacerlo todo con rostro alegre y con cariño v ternura maternales, porque el ver esto en los religiosos, sobre todo en el enfermero, consuela y reanima a los E:nfennos mucho más aún que las mismas medicinas y remedios hnma– nos. Cierto qne también en los enfermos se dan defec– tos que molestan; pero no al enfermero, sino al Su– perior, toca corregirlos con la debida prudencia. 245. Acordémonos, por fin, todos los religiosos de que si el Superior y el enfermero no cumplen con esta obligación, todos los demás estamos gravemente obligados a cumplir con este precepto grave de la Re– gla; y sería verdaderamente lamentable que tal caso se diera, porque él indicaría que ya del todo estaba relajada la disciplina regular (1). De los enfermos. 246. Los enfermos, no por estarlo, quedan exen– tos de practicar las virtudes, principalmente la pa– ciencia, la obediencia y el agradecimiento: Acordé– monos, como dicen nuestras Constituciones en su nú– mero 122, que hemos abrazado un estado de pobreza y qne no podemos exigir más de lo justo, porqne, por la enfermedad, no dejamos de ser religiosos. (('l'enga– mos paciencia en la enfermedad)), nos dice nuestro Padre en el capítulo X de la Regla, y con ella evi– taremos la enfennedad del alma, más lamentable que la del cuerpo. (r) Castelucio, 8." precep. equipolente, a. 2. 11
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