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- 158 - os conduce a la tierra de los vivientes ; a la cual, oh muy amados hermanos, total– mente allegándoos, por el nombre de Nues– tro Señor Jesucristo, ninguna otra cosa per– petuamente debajo del cieZo quer.íis tener.» 239. La «eminencia de la altísima pobreza)) no con– siste, como algunos erróneamente opinan, en el uso estrecho de las cosas, sino en la renuncia a todo dere– cho sobre las mismas. Ciertamente que es ésta una po– breza altísima, porque, traspasando los límites de este mundo, se aproxima al cielo. en donde nada terreno se necesita ni se posee (1). Con este pensamiento y con el recuerdo de que la pobreza nos asemeja a Cristo, que por nosotros se hizo pobre hasta el extremo de no tener siquiera en dón– de reclinar la cabeza cuando en la cruz estaba, inten– ta el Seráfico Padre infundir ánimos en el corazón de sus hijos para sufrir las incomodidades <le la pobre– za santa. 240. La pobreza seráfica, además, es un 11ieaw eficacísimo de perfecc·i6n, porque al prohibirnos la propiedad de todo lo terreno, asesta un golpe durísi– mo a la codicia, o avaricia, que es «raíz de todos los males», en frase del Apóstol San Pablo (2). Ella es también como la palestra en donde se ejer– cita el alma y crece en todas las virtudes, principal– mente en la humildad y mortificaci6n; pero sobre todo en la caridad que de la pobreza recibe alientos extraordinarios al quitar de en medio estas dos frías palabras de ce mío)) • y cduyo>,. (r) San Buenaventura, cap. VI de la Regla.-Kazemb.-1gle– sias, cap. VI, cuest. 5.•, pág. r 88. (2) J a Timoteo, VI, ro.

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