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Tanto como alabanza merecen los Superiores dili– geÍltes en hacer las reparaciones necesarias en los con– ventos para no verse más tarde precisados a otros gastos de mayor cuantía, otro tanto son vituperables los que emprenden obras sin verdadera necesidad o grande conveniencia, por mero capricho, o por cierta manía de destruir lo que otro edificó o levantar de nnevo Jo que otro había destruído {I). Pobreza de las iglesias. 221. En las iglesias, sin embargo, por ser la casa de Dios, se permite cierta esplendidez, no reñida con la santa pobreza. Hemos de observar todas las di~posi– ciones pontificias, tanto respecto a la construcción y ornamentación de las mismas como a los ornamen– tos y vasos sagrados (2). Por regla general, cuanta más estrecha relación ten– gan con la Sagrada Eucaristía, tanto los vasos sagra– dos y los ornamentos pueden y deben ser más precio– sos, según las palabras de nuestro Padre en su Testa– mento: «Y estos santísimos ministerios, sobre todas las ,c<Jsas quiero honrar y reverencia,r, y en lugares preciosos colocar.n Del uso en (( comidas :.• bebidas>>. 222. En conformidad con las declaraciones pontifi– cias y el sentir unánime de los expositores y reforma– dores de la Regla Seráfica, en las comidas podemos atenernos al uso moderado (3). Nuestras Constitucio– nes, en sus números 70-7I, nos dan una norma gene– ral; pero, por muchas razones indicadas ya en su tiempo por San Buenaventura (4), conviene que los (1) Bulsa1n10, n. 320, 3.º (2) S. C. de Ritos, años I 88,i y I 888. (3) Const. Exivi --Cfr. Bu/sano, n. 3 24. (4) Determinationes quaest. P. I, cuest. 1.ª,

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