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V. Al lector. De lo dicho en el capitulo I habra ei Iector podido , inferir cual sea el criterio que me ha guiado en la elecci6n de materiales para este ramillete de canciones populares. No entro a discutir sobre que se haya de entender por canci6n popular, ni siquiera a exponer en compendio lo que de la ,/i.uestra tan doctamente han disertado entre otros Ch. Bordes, Azkue, P. Donostia, R. Gallop y P. Madina; bastame con declarar que el ramillete que ofrez~ co esta formado de esas canciones que tan afanosamente nuestros folkloristas buscaron, no en el llano, sino en: la montafia, no en amenas y bulliciosas ciudades, sino en apartadas aldeas, donde ni la paz del espfritu ni la be– Heza del paisaje han sido turbadas por ei progreso. Un cancionero requiere agrupaci6n sistematica de ma– terias de acuerdo con cierta norma dasificadora; no asi un ramillete de candones, donde alternan en concertado desorden lo grave con lo ligero, lo triste con lo alegre, lo humano con lo divino. Si bien los folkloristas son respetuosos con el texto de las canciones ,que anotan, no lo son tanto los divulga• dores de las mismas, los cuales gustan de mejorar las letras, cuando nq de sustituirlas por otras mas inspiradds. , Este florilegio que tienes entre las manos en nada altera lo que aquellos generosamente le brindan, antes bien res– peta las fuentes, que cuida siempre de indicar al comienzo de cada canci6n.
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