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246 - dad que queda dicho, quisieron matar– sus padeci- los indios á los dos expresados misio- mientos. neros, los que salieron huyendo por– aquellos Aguarales ó Mar, á pie con el agua á los pechos, y á la cintura, eon mucha hambre, tal, que les obligó á apacentarse del pasto que hallaban co– mo si fueran bestias. Por fin salieron (casi milagrosamente) después de algu– nos días al sitio y hato de Parayma, so– bre el Pao, hechos mil peda;,;os. muertos de hambre, quedando el P. Vistabella tullido, y enfermo, de que se le originó en breve la muerte; y los indios, así gen– tiles, como los cristianos que habían llevado, todos perdidos y de peor condi– ción de la en que estaban antes; ha– ciéndose con éste, y otros f'jemplares sucedidos, más difícil su reducción por sola la paiabra Evangélica, que no oyen,. ni aunque oigan, comprenden, por ser en todo de tan corta capacidad, y tan brutales, que es necesario trabajar pri– mero muchos años, y hacerlos á la fuer– za primeramente raeiorndes, para que guarden la ley natural y s_ean sociables. y después con suavidad irlos aficio– nando á la Ley Divina y á la Fe de Je– sucristo. La última década del siglo XVII fué muy fecunda en la reducción de indios, porque además de las entradas que ha-. cían los misioneros escoltados por los. Más rednccio• vecinos .de la villa de San C~rlos, como nes. de la Ciudad de San Sebast1án de los Reyes, y de la de Guanare, entraban

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