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- 380 - tos. De una parte para otra iba nuestro Ru amor al fervoroso Fr. Pablo enfervorizando la Rosario. gente, ya con recuerdos dulces del fin para que trabajaban, ya con los ternísi– mos acentos del Ave Maria. Abiertas ya las zanjas, y finalizada la funci'ón, se comenzó la ob1·a, la cual no vió F'r. Pa– blo concluida, porque estando solo fabri– cando los cimientos, pasó de esta vida á .la eterna, como luego diremos. Esta ca pilla se llamó de la Encarnació11. No satisfe.cho con esto el corazóü de nuestro héroe, y queriendo propagar á más distantes lugares el culto del santí– simo rosario, escribió á varios Ilustrísi– mos y reverendísimos Arzobispos y Obis– pos de Espafia, pidiéndoles encarecida– mente, que en términos de su jurisdic– ción estableciesen el rosario de María Stn;ia., haciendo que arreglándose á las leyes que en su libro les imponía, lo can– tasen por las calles ácoro, que imitando á los angélicos diesen á la Purísima rei– na elogios devotísimos, para cuya perse- . verancia les pedía que fundasen congre– gaciones, para que en ellas fuese perpé– tuo el público culto del rosario de María. Recibieron estos eclasiasticos príncipes las cartas de l!-,r. Pablo, y aplaudiendo su celo, celebrando su instituto, y apro– bando las reglas de su líbro, (segun cons– ta de todas los respuestas de estos devo• tísímos Padres,) pusieron el hombro á que en sus territorios se introdujese el Lo extien_de á rosario, según la norma, c.o.nstituciones, otras regwnesy reglas de nuestro insigne misionero.
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