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\ llegaban, y wuchas nüches apenas po- Distribnción díau descansar én la casa donde posa1:lan del tiempo. por la mucha gente que los iba á buscar para desahogar con ellos sns conciencias, confesarse despacio, y hacerles largas consultas. Los días entre semana confe– saban la gente del lugar, y ·1os de fiesta la del campo, haciendo esta división pa– ra que la frecuencia de aquellos que en otros días podían confesar, no sirviese de estorbo á quienes solo las festividades les ofrecen ocasión para su apetecido desahogo. Todas las noches, sacaban el Rosario de María Santísima nuestra se– fiora, con toda la ostentación, luces, mú- · sica y acompañamiento que era posible, · llenando las calles de alabanzas á la Rei– na de los cielos, que en ecos dulcísimos para los ángeles, si espantosos para Sa– tanás, llegaban al trono del Si3iior, efica– ces medianeras para aplacar la Majestad ofendida. Volvían á la iglesia y explica– ban una noche la doctrina, remedio po– deroso para sacar de las tinieblas de la ignorancia á tanto entendimiento obscu– ro como en daño de sus almas culpable– mente ignoran aun lo que deben guardar. Otra noche platicaban de la oración men– tal, valiente escudo contra las asechan– zas del enemigo, enseñándoles según la segurísima doctrina de los santos, el mo– do con que se había de ejercer; y cono: ciendo que la experiencia es la principal Plát . d _ maestra, la practicaban un rato, y fina- mas oc ¡· d a· b l , " . trinalos. , ~~ª o, se pre 1ca _a e_ .s~rn~on o.e I::i m1- s1tm, que era ya del Jmc10 final, ya de la

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