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CAPITULO XXX Apostolado de nuestro v. por los pueblos de Andalucía U nido ya Fr. Pablo con su compañe ro, pusieron la mano al arado, y sin mirar atrás, se hicieron aptos para Su maestro. el reino de Dios. Era el compañero de Fr. Pablo muy experimentado .en la mi– sión, por el mucho ejercicio que en elia había tenido, y como tal conocía que los pecadores eran como los muros de Jeri– có, que se necesitaba tocarles espantosí– simas trompetas, para que de su culpa cayesen; y así predicaba con horrorosas amenazas, trayendo dichos y sentencias de santos en granmanera terribles, con– firmando sus sermones con temerosoa ejemplos; si bien amorosamente convi– daba con el perdón á los pecadores, y de · parte de Dios les prometía misericordia. Al contrario, Fr. Pablo era cariñosísimo, tenía unas entrañas compasivas, llenas de dulzura. y amabilidad, de cuya nati– va mansedumbre piadosamente llevado, le ·parecía que aquel modo d(:) predicar de su comp,añero no era á propósito pa– ra ganar almas á Dios, juzgando que es- como 1.redi- pantados los pecadores de aquellas.ame• c&ba. nazas, no asistirian á los s.ermones, y así se qu.edarían en sus culpas obstin&-

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