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- 350 - que las cestas las tienen coronadas con Símiles. bellas flores. Lléguese á uno y dígale: Amigo, á cómo vende estas flores? Y le resp,mderá: Padre las flores yo no las vendo. Pues para qué las tiene-·aquí? Pa– ra que atraídos de lo bello y hermoso de las flores, vengan y se lleven el fruto. Pues, lo mismo (proseguía Fr. Pablo) ha– go yo con estas flores, que por ser nati• vas no puedo arrancar de mi estilo; sá– colas á lo público, no para que me las compren y con ellas se deleiten, si para que de ellas atraídos, lleven el fruto de la palabra: divina. (Téngase presente que es el V. P. Isidoro, qui.en esto escribe). Cuando fué sacerdote y empezó á con– fesar y dirigir almas, cuidaba tanto de ellas, que el remedio de éstas lo antepo– nía al descanso de su cuerpo; fué siem– pre vigilantísimo en el confesonario, pues, como experimentaqo, conocía que la sacramental confesión era el Jordán donde el pecador, bañándose . en las aguas de su propio llanto, se limpiaba de la lepra de la culpa; y para que la multitud de los penitentes, no estorbase la buena marcha del confesonario, como sabía lenguas extrañas, ponía cada día sobre la puerta de una pieza pequefia del claustro del convento de Cádiz, don– de solía confesar, un rótulo que decía: :Hoy se confiesan italianos: otro día, hoy se confiesan flamencos; otro día ponía Su co'ufesona otro que decía, hoy se confies~n france- ' rio. ses; y de esta suerte, para obviar la con– fusión precisa en la multitud, iba por

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