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CAPITULO XXIX Predirnción ~J virtudes (lel V, P. Pablo de Cádlz, T uvo nuestro V. pam la predicación dotes excelentísimos.· Había sido en el Siglo ing.eniosísimo v muy elegan-· Sus dotes ·a.e , ., orador. te poeta, llevándose en los académicos . certámerws, á que solía asistir, n6 sólo el genernl aplauso, sino también los más singulares premios; y·como esta elocuen- cia crecía con él desde la infancia, no ki fué posible desprenderse de aquella ni en lo maduro de la edad, ni en lo auste- ro de la religión. A e~ta natural facun- dia se le llegaba el temor de ser confuso en sus sermones, porque conocía que la palabra de Dios no se habfa, de proponer al pueblo, de modo que después de es- cuchada, no fuese entendida; y también le atemorizaba el considerar que las p 1 a- labras que deleitan el oído, como de allí no pasan, no endulzan elcorazón, antes sí, llevándose el oído toda la dulcedum- bre, dejan el corazón en amargura; y así entre la;; flores de su elocuencia escon- díá la~ espinas de las verdades desnu das. Hablando con él muchas veces á este pr,o.pósito, con su acostumbrada gra- cia me decfa: Salga V. o.' á la plaza, ve-su olocuéncia rá algunos hombres que venden fruta,

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