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- 138 - (o"':-:5)-:5)-:5)-:5)-:5)-:5)'5', -:5)-:5)-:5)-:5)-:5)~ no de su celda. Aquí de los apuros del El .Maestro lospobre hermano; mas... por fortuna con- satisface. servaba una servilleta nueva y pregun– tando si podía servir al efecto, y siéndo– le respondido que sí, la entregó ii nues– tro héroe. Muri!lo cumplió su palabra, y la servilleta, estirada en el bastidor, im– primada con esmero y objeto de una atención escrupulosa, recibió la imagen risueña de la madre del Salvador del mundo, sosteniendo en sus amantes bra- · zos al Dios Niño más encantador y gra– cioso que concibiera nunca la fantasía del último genio de la escuela ¿¡evillana, en que pareció agotar sus recuraos la na– turaleza:» Hasta aquí el Señor Veláz quez y Sánchez, y hasta aquí la tradición y la leyenda: ahora vamos á la historia. ¿Qué hay de histórico y verdadero en estas leyendas populares? Es cierto, his– tóricamente hablando, que Murillo es tuv0 aloxado con sus oficiales en el con– vento de Capuchinos, como se probó anteriormente. Es también rigorosa– mente histórico que en el convento ha– bía un lego, de ilustre familia llamado Fr. Andrés de Sevilla, apasionadísimo de Murillo y de sus cuadros, hastá el extremo de haber recogido de limosna él sólo entre sus parientes y amigos cerca de 50,000 reales para pagar las obras que el artista realizaba en el Con– vento, según consta de los libros que· v il ah' . en el mismo se conservan. Es asímisrbo ;,;~:. ª ' st º indudable que al servicio de Murillo Y sus oficiales estuvieron algunos legos de
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