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- 136 - mansa y agradable criatura, que le creía como cuenta de naturaleza superior, le trataba con el caso. una especie de rendimiento sumiso y S3 · boreaba con delicia y en contemplación silenciosa los misterios del arte que van envueltos en cada rasgo y en cada toque de una mano inteligente y diestra. Alen– tado el lego por la disposición comuni– cativa de Murillo, y cediendo poco a po• co al estímulo de la simpatía y á la in– fluenciá de la afabilidad, wtró en con– versación con el artista, cada vez más franco y chancero, hasta que tomando confianza con él, sostenía diálogos pro– longados y frecuentes, en que dejaba pe– netrar el fondo de su alma ingénua, co• , mo distingue la vista el lecho pedregoso de un arroyuelo al travéR de su escaso pero limpio raudal. Cerca ya de rematar las obras del tem– pló en la mansión de los capuchinos, Bartolomé conocía que el buen hermano luchaba por contener una impacie1.1cia difícil de reprimir, y que se traslucía un deseo angustioso en sus frases, cortadas por el embarazo en la mitad de su balbu– . ciente emisión. Se prop,1so hacerle ha- blar á costa de toda especie de tácticas, y como Esteban no presumía de hombre de mundo, ni entonces obtenía favor el tipo de los diplomáticos caseros, tomó el partido de abordar la cuestión derecha– mente; con\'iniendo en que la línea rec– ta es la más corta, y en que cada uno Bondad a.e lVIurillo. debe andar por el camino que sabe. Sus exploraciones dieron de sí el apete-

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