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- 134 -- ya no estaba allí; luego el maestro se la Prudencia del ha llevado. .P. Guardián. Al oir esto el Guardián, le mandó ba- jo de santa obediencia, que no dijese á nadie lo acaecido, para que no padecie– se el buen nombre de Murillo, puesto que la honradéz y acrisolada virtud del maestro era conocida no solo de toda la comunidad, sino de Sevilla entera; y no era justo que por cosa tall insignifican– te, sufriera algún detrimento'..§.ll buena fama. Obedeció aquél, guardando pro– fundo silencio, mas no sin dejar de rei– nar continuamente en aquella idea; por– que sabía muy bien y le constaba la pro– bidad dE)l maestro, como tuvo ocasión de experimentarla, todo el tiempo que estuvo dedicado á su servicio; y por otro concepto estaba persuadido hasta la evi– dencia, de que él había sido, quien ha– bía sustraído la servilleta del refectorio, contribuy'endo á confirmar su juicio, el que no hubiese vuelto desde entonces al convento. Pasados algunos días, se presentó co– mo de costumbre, llevando consigo un lienzo tapado y dirigiéndose al.dormito– rio, lo colocó sobre la tarima del Padre Guardián, diciendo: Aquí queda este re– cuerdo, para que la comunidad de capu– chinos no tenga que decir nada de mí. Al verlo el lego, que le seguía lleno de ansiedad, observó que era una imagen = de la Virgen, pintada sobre la servilleta ~-..onradéz de , h d Murillo.1 que babia ec a o de menos aquel me- morable día, y corrió presuroso á referir

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