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- 122 - r>:.S.-:.S.-:.S.-:.S.-.:S:-:.S.-:.S.-:.S.-:.S.-:.S.-:.S.-:.S.-'-3 que se apellida la del Padre Eterno, se Por qué se dice más de lo que puede expresar la a_pellida del pluma. El autor últimamente citado la P. Et.et"no. . , describe aSI: «Aparece en un trono-de nubes y de ángeles contemplada por el Padre Eterno. Lr.t cabeza de esta Virgen tiene mu(;ha dignidad y nobleza, vién– dose arrebatada en un éxtasis profundo de amor; su figura es gallarda y su acti - tud sumamente sencilla; los ángeles que la rodean parecen nadar en un ambiente luminoso de admirable color y traspa– rencia, y están pintados con una nitidez y verdad indefinibles. El Padre Eterno se ofrece á la vista del espectador velado de la inmarcesible gloria de su grandeza, que apenas puede concebir el entendi– miento humano, y que Murillo alcanzó á comprender casi intuitivamente. Hé ·aquí la causa de creer nosotros que es es– ta una de sus más bellas creaciones. Es– te sublime pintor del cielo, cuya rica imaginación estaba siempre henchida de espíritu religioso, cuya alma estaba in– nundada de fe, vió abiertos los cielos unte su vista, y trasladó á sus lienzos cuanto en aquellos arrebató 'á su espíri– tu. ·'Por esta razón las obras de Murillo serán eternamente apreciadas de todo el mundo, y cuando acierte un incrédulo ó u¡1 impío á contemplarlas, no podrá menos de sentirse sobrecogido y creer en Dios á quien se consagraban estas mara– villas». Debemos afiadir que en la parte Su hermosura obscura del cuadro, debajo de la Virgen, se vislumbra al dragón infernal que en
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