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- 114 - las gracias inocentes de la infancia.» Y Su valor ar• dice bien este autor, porque Murillo su– tíStico. po pintar la oivinidad en las gracias de 1a infancia con un acierto y sublimidad indefinibles. Lo demás del cuadro está pintado de una manera admirable, sien– do muy digno de la magnífica colección que poseía el convento de Capuchinos. Sobre este cuadro de S. José estaba otro de S. Antonio de Padua, de tamaño natural, pero de medio cuerpo, colocado junto al arco de la bóveda, y siguiendo la curva del mismo, como puede verse .en el Museo provincial donde está, visi– blemente añadido, para darle la forma rectangular. El Niño está de pie sobre un libro flbierto, y el santo lo tiene semi rin1~. s. An- abrazado con una mano puesta en las es– paldas del divino infante, y ostentando en la otra un ramo de azucenas. La ca– beza <le este santo es admirable y respi• ra una bondad sin límite. Al otro lado del altar y formando si– metría con el anterior, estaba otro lienzo con S. Félix de Cantalicio y el Niño Je– sús, también de medio cuerpo. El Niño Dios en brazos de S. Félix es tan bello como todos los del gran maestro; y está pintado con un derroéhe de habilidad ·que asombra. El santo lo mira con ter– mua inexplicable y El lo acaricia, co– giendo con sus manitas las barbas de S. Félix, el cual tiene á sus pies unas al- El de s. Félix forjas con pan, símbolo del oficio de ,li- mosnero que desempeñaba, cuando tuvo tan regalada visita\ Este cuadro, que>se

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