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- 76 - nía que en ella ios ir~acionales le acoro.– su asisten- pafiasen y en cierto modo le divirtiesen. cia al coro. (Id. 1153). Si era amante de la soledad el Padre Fray Antonio, como hemos visto, no era menos amante de la asisteucia al coro, como veremos ahora. No había para este siervo. de Dios mayor diversión ni gusto mayor que cantar'ó)ezar las divinas alabanzas. Aun cuando muy viejo y lle– no de achaques, fué siempre el prime– ro al coro.:á todas las ~horas, y nunca faltó á maitines, si no lo impedía lo gra– ve de alguna enfermedad. Su recreo era la oración, su desahogo el coro y en él tenía sus delicias y sus más gustosos en– tretenimientos. Era á la verdad de mu– cha edificación ver á un viejo, que pasa– ba de los setenta afios, en las noches más rigurosas del invierno, cuando aun los más robustos tirita!:rnn con el frío, antes de tocar al coro ,estar ya él en su sitio esperando el toque de maitines pa– ra cantarlos con la Comunidad; y como si fuera de mármol, así por lo helado como por lo inmoble, estaba atentísi– mo á las alabanzas divinas, acusando con su fervor la tibieza de los que de ei.– ta divina ocupación se retiran. Tanto hábito había alcanzado dé esta sobera– na virtud, que, cuando estaba enfermo, solo sentía la enfermedad porque lo privaba de la asistencia al coro. Por esto su forvor. suspiraba, por e5to gemía; y sin quejar– se jamas de los achaques que lo moles– taban, se quejaba mucho de no poder

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