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- 118 - (o"';.:.S,-.:S-:.:.S.-.:.S.-.:.S.-.:.S.-.:.S.--S:-.:.S.-.:.S.-.:.S.-~ fines, había de venir á sus manos, lo ha– bía de tmtarfamiliarmentey dentro desu pecho lo había de recibir. (Id. 1189). . Ordenado ya nuestro Rodrigo de sa- Sus virtudes. cerdotP-, viendo que por entonces se lE, había frustrado el entrar en la religión de los Capuchinos, como lo había pretendi– do, determiuó imitar su vida, experimeu– tar sus asperezas y seguirlos eu cuanto le fuera posible, disponiéndose así para cuando llegase el caso de acompañados en la Comunidad. Para esto mandó lrncer un hábito asperísimo, el cual á raíz de las carnes se lo vestía de noche para dormÍl', siendo su cama unas tablas desnudas y su almohada un haz de sarmientos, prepa– rándose para el descanso con una disci– plina tan rigurosa y recia que le dejaba el cuerpo acardenalado. Su oración era continua, teniendo en ella vinculadas sus delicias y más gustosos entretenimientos. Estas virtudes las acompañaba con una grande abstracción de todo lo terreno, un retiro de todo comercio humano y un re - cogimiento tan raro, que no salía de casa, 1:iino para decir Misa. Y cuando su ma– dre y sus hermanas salían fuera, el se quedaba encerrado, contentísimo de verse solo. y entonces largando la rienda á su devoción, se deshacía en alabanzas á Dios, recitando Salmos é himnos sa– grados que, oídos por los vecinos, los su buen ill(JYía á bendecir al Señor. ejemplo· Así vi vio este siervo de Dios en el siglo, hasta que entró en la religión dela manera que vamos á decir en el capítulo siguiente:
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