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- 116- ~.:..s:-.:..s:-.:..s:-.:s:-.:s:-.:s~.:s:-.:s:-.:s:-~.:s:-.:....JJ As( vivía nuestro Rodrigo, cuando lle– Trata á los gó á la ciudad de Antequera el Padre Caa,,chinos. Fray Severo de Lucena con otros ejern- plarísirnos Capuchinos á fundar un con– vento de la Orden. Vió nuestro joven á los Capuchinos y su primera vista le cautivó tanto los afectos del corazon, que le arrebató toda la voluntad; porque admirando en ellos lo austero del hábito, lo penitente del instituto, lo modesto del semblante, y por último !odas las prendas de siervos de Dios, que en ellos concurrían, le pareéieron á propósito pa– ra el logro di:' sus deseos; y así determi– nó abrazar su instituto, seguir su vida y t:Jrocurar ser admitido pcr compañero de ellos. Buscó modo de c0mui1icarse con Prete nd e aquellos apostólicos varones, y si su el hábito. vista le cautivó la voluntad, mucho más se la c&utivó su comunicación y las pren– das excelentísimas que halló en ellos; y así, resuelto á dejar el mundo y vivir entre aquella santa compañía, pretendió con toda instancia el ser admitido en ella. A esta sazón había ya muerto su pa– dre; y sabiendo su madre la pretensión de su~ijo, la sintió con extremo, y por todos1os medios posibles determinó es– torbarla. Hablóle á Rodrigo, diciéndole con muchas lágrimas y sollozos que atendiese á su ancianidad, al amparo de Se opone sus hermana,i, que sin él quedaban huér– su Madre. fanas, y á que marchai1do él, ella moriría de pena. Le rogó que esperase á que ella falleciera, y luego podía desembarazado

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