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- 319 - pod~a llevar el peso de las obligaciones de la ::-eligión, aunque se halhba con salud robusta y sin aquellos occidentes· Ob stá ºulos que halla. y embarázos que suele traer ccnsigo la ancianidad. Volvía el deseo otra vez á , instar, allana:1do esta dificultaé con la esperanza en el favor divino.. Volvfo tam.Jién la prudencin de la carne á re– husa esto niz:ón con el nombre de te– mer:dad, y aeí naufragaba en un mar de cJnfusiones, resultando de aquí un hastío á todo _o temporal, de m::ido que las converüen2ias le cansaban, los rega– los le ofendían, el siglo le dem1gradaba y de día y de noche,no pensaba en otra cosa, sino en cómo conseguiría, dejando el mundo y t,>.Jo lo que en él se estima, por las austeridades y hábito penitente de les Capuchinos. . TE.nto fuego llegó á encender en su alma este deseJ, que reduciendo á pálida cenizas todos los inconvenientes que se le ofrecían, sir. reparar en dific·Jltades, se foé al Guadián del Convento, que lo era entonces y el primero que tuvo aque– lla familia, el P. Fr. Bernardino de Al– calá, varón prudente, discreto y sabio. Dióle á entender las ansias con que Dios lo llamaba á nuestra Religión, las bata– llas que padecía, y que esperaba hallar entre los Capuchinos, medios oportunos para caminar ,3n el poco tiempo qne le quedaba de vida, lal'gas jornadas en ul camino do la perfección. Oyó Fray Btr- Los vence. nardino a! dev1:,to pretuudiouto y ttnnien- do sus :fervoro~ por imela flrmes, -

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