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- 255 ~ nién::lolo su pensamiento; el P. Fray Fé- lix avisó al Ve.nerable Padre Comisario Pl'edic« el P11• lo que había ocurrido, y éste con mucho dre Comis«rió gusto se ofreció á complacer eJ Duque. Llegó el día de la función y aunque con- curría todo el pueblo en tales ocasiones, en esta los llevó también la ne-vedad de oir á un predicador cuyo In~tituto no era entonces allí muy conocido. Púsose en el púlpito el varón Apostólico, cuya sola vista puso en admiración á el audi- torio: creció mucho más esta cuando oyerÓn aquel río de elocuencia en el ha- blar, aquella melodía y gracia natural en el decir, y el fervor con que profería las palabras, pues cada una era aguda fle- cha, que penetraba los corazones de to- dos, cautivándoles la voluntad, para sa- crificarse en obsequio de aquel Dios de amor Sacramentado. Quedaron todos tan absortos del ser– món, que acabada la función llegaban festivos á darle al Duque las gracias, de haberles traido ú su Ciudad unos hom– bres, que si en su vida eran ángeles, en su predicación y doctrina eran apósto– les. No puede explicarse el gozo que lle– nó el corazón de nuestro Duque, y sólo podrá conocerse algo por lo qu,3 ejecutó para manifestarlo. Aquella misma noche escribió una solidtud al Sr. Arzobispo de Sevilla, y otra al Prior de las ermitas, don Rodri~o Arias P_o~t?carrero, d~gni- El Duque pide dad do la S. J. c., p1drnndolo al primo- l«s licencfos. ro su licencia, como ordinario de aquel territorio; y al segundo, que nos cediese

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