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CAPÍTULO XXXV Perfección del D. Miguel en su vida religioso ABIENDO profesado nuestro Venera– ble, como se dijo en el capítulo ante– _Suabstinen-rior, con licencia y consentimiento de sus cia. prelados instituyó un nuevo género de vi– da que causó asombro y admiración á los más fervorosos. Su abstinencia fué ra– ra, pues solo comía Lo más preciso para mantenerse. Su lecho eran unas desnu– das tablas, en las que dormía breve es– pacio de tiempo, y así eran muchas las horas que empleaba en oración y en ma– cerar sus carnes con ásperas disciplinas. Nunca usó de sandalias, y siempre andu– vo descalzo, aun en los tiempos rnás rigu– roso¡, del invierno. Tampoco usó de túni– ca ni manto, y solo vistió mientras le du– ró la vida un hábito viejo y remendado con el que cubría un áspero cilicio de cerdas que había hecho por sus manos, el cual sólo auxiliado de celestiales fuer- f'!n mortifica- zas podfo llevar encima, sufriendo el ción cruel martirio que le causaba. (Id. 157.) Su humildad fué profundísima, y tan– ta, q ne tomaba á su cargo los ejerci- • cios más bajos del Convento, con tanto

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