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10() siendo tan semejantes en las costumbres · y en la vida los Capuchinos y nuestro Los trat\l' ermitaño claro está que había de hallar- nuestro erm1~ ' taño. se muy contento con ellos, y por que lo estaba quiso quedarse con los Capuchi– nos. Miraba en ellos un desasimiento de todas las cosas temporales, y al mismo tiempo un anhelo grande por las divinas, una prontísima obediencia, una pobreza suma, una castidad limpísima y por úl– timo un conjunto de las virtudes todas, con un evangélico modo de vida, que los constituía en hijos verdaderos de nues– tro S. P. 8. Francisco. De aquí sacó una certísima consecuen– cia, y fué, que la vida del religioso es más perfecta que la del solitario y como anhelaba por conseguir el ápice sumo de la perfección, creyó juiciosamente que más bien lo alcanzaría entre los Capu– chinos, vivíendo er1 obediencia, que en la soledad de su ermita con propia vo– luntad. Con este dictámen y alumbrado de la luz divina, se determinó á pedir nuestro santo hábito, como de hecho lo pidió. Y los religiosos, pareciéndoles que era muy á propósito para nuestra refor– ma, así por la común fama de santo que tenía, como por las sólidas virtudea que habían experimentado en él, lo remitie– ron á Valencia, y de allí al Convento de la Magdalena, que es casa de noviciado; y en ella el día primero de ~eptiembre p:h:i,.ace Ca- del año 1601, recibió con mucha devo- c mo. ción el hábito de mano del P. Fr. Serafín de Policio, poniéndole por nombre J!·ray

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