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- 82 - .:s.-.:s.--:s:-.:s.-.:s.-~~.:S.-.:S.-.:S.-'5:-.:S.- y disipada oye hacer al virtuoso Capu-. chino el elogio de la virtud más amada del Cordero inmaculado, y, apenas llega á su palacio, corta su rubia cabellera, se despoJ· a de sus ricas calas y con el bene- s 0 .consagra b '· á Dios plácito de sus pad~·es se consagra al · Esposo divino con voto perpétuo de vir– ginidad, ingresando después en un con- vento de religiosas agustinas, del cual llegó á ser Superiora por su exquisita prudencia y extraorc.inarios ejemplos de virtud. Como el Evangelista de Patmos, i:ues– tro fervoroso Apóstol era celosísimo del precepto de la caridad: bien sabía él que la caridad es el víncJ.lo de la perfección cristiana y que sin ella de nada sirv0n en la pmsencia de 1:-ios las mejores cua– lidades y virtudes, los más valiosos do– nes y relevantes prendas: por eso, infla– mado en la divina llama, reprende con voz de trueno unas veces, y con frases paternales y llenas de bondad otras las enemistades y el odio, conminando siem– pre á los enemigos y rencorosos con las penas eternas y las iras del Señor. Y era tal la fuerza de su persuación y la efi– cacia de su palabra, que los corazones más empederniclns en el odio y sedientos ~'í:f:J:s.ºne- de mortales venganzas se ublandaban y · se abrían al benéfico y divino influjo de la caríúad. Dios había escogido al eanto Misionero para que en su siglo predicara el gran mandamiento del amor, y cual si cada una de las palabras que salían de sus la-bios, fueran centellas de divino fue-

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