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- 74 - .:s,-~.:.s.-,;_~.:s,-~.:5:-c5:-.:5:-.:..s:- y accion~s la rno::lestia y cornpo;itum del santo. En preEencia suya todos quedaban edificados; nadie se atrevía á reir é, ha- blar descompasadamente sirviendo de su compos- ' tura verdadero fr3no aun á los mfu; ír:mo- · destos y libn,s. La humild:1.d, piedra firmísima sobre la que se construye el edificio de k san- . tidad, fué la ,irtud en que singularmente se distinguió nuestro santo religioso: no poJía aconteúer de otro modo, habién– dolo Dios elegido para que fuera lucerna ardens et liicens; para que sirviera á su patria de es::':orzado _campeón, que lu– chara· contrs los rudos avanees de las fúrias infern:ües, y de celoso apóstol que con palabra :! ejemplo, lo cor:dujera á los inefables goces de la eterna Biernwen– turanza. Vedle, como sumido e:1 el pensamieoto de su propia bajeza J mi– seria, al oir bs elogios que le prodigan por sus relernntes prendas, se humilla, se confundE:, se anonada 11:::.mándose «hombrecillo indigno de la gracia y do– nes celestiales, merecedor mil veces de las llamas eternas y religiosc, in::itil y sin provecho en la casa de Dios». Oidle, cuando los pueblos en masa le aclaman apellidándolB «santo)) y «áng01 consola– dor de los pe:;adJres, » oídle COlliO a.Latido y lloroso, ruega y suplica desde el púl– pito á la muchedumbre que «onn al Sefior p<;n: é~ pJrque es el mayor de los su humil d ªd. pecadores y tizón ennegrecid:) del in- fierno» ¡Qu0 humildad, tan admfrable! Cuanto Dios m&.s lo eleva, ól SE: anonada

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