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-9- .:.s:<.s:,.s~s:-~:s:-~ cho, Señor, que no me habían de creer? e r is t O se Yo y cuantos amen verdaderamente la aparece y la confirma. pobreza, observarémos esta Regla pun- tualmente; los demás harán su placer, que á nadie quiero forzarle la volun– tad.» Dijo, y envuelto en una nube lu– minosa se apareció allí mismo el Hijo de Dios, pronunciando estas palabras con voz severa: «Hombre pequeño, ¿por qué has de turbarte, como si se tratara de una obra tuya? Yo soy el autor de esa Regla, y á tí sólo te cumple darla á conocer á tus religiosos. Bien sé lo que Q . la humana flaqueza puede soportar y u1ere que se , , guarde lite- en que medida la he de sostener, y as1 ralmente. quiero que esa Regla sea observada puntualmente, puntualmente, puntual– mente, y sin glosa, sin glosa, sin glosa. Los que se nieguen ú observarla, salgan de la Orden; yo los reemplazaré con otros, que sacaré de las mismas piedras, si es necesario.» La visión desapareció. Elías y los que con él habían venido quedaron aterra– Ter r O r .de dos, y San Fmncisco, que estaba de ro– Fr. Elías. dillas, les dirigió estas palabras: «Cono– ceis ya que con vuestra carnal prudencia lo que haceis es resistir la voluntad de Dios? ¿Habeis oído la voz que salía de la nube?» Con lo cual se retiraron de allí avergonzados y silenciosos. Bajó de la mouü,fia nuestro Bienaven– turado Padre como otro Moisés, con el rostro resplandeóente de luz, v -2ntrando Autoridad de N s· _ l l A " l la Reghi. en nestra eHora <. e os nge es, pro- ·puso á sus hermanos la nueva Regla

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