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- 161 - De la continuación de estar en el lecho inmóvil, se le hicieron muchas llagas en los costados y espaldas, aumentándosele tanto más los dolores, cuanto eran ma– yores las heric1as. La sed que padeció era tan ardiente, que lo devoraba, sin ser . bastante para templar sus ardores la con– !:f[~ 1 '.'} 0 P 1 ~';;_ tinuación de bebidas que el médico le vida. recetaba. Ningún medicamento le daba alivio; y solamente lo hallaba en consi– derar que Dios misericordioso le había concedido lo que con ansias le había su– plicado, conmutándole piadoso el Purga– torio en aquellos dolores. Este era el lenítívo con que nuestro Bernardíno mitigaba su p,1decer; y así en toda su dilatada enfermedad, no se le oyó una queja, :pi se 10 víó acción que no indicase una total conformidad con la voluntad divina. (Id. 30">.) ¡, 1 ; Para que le asistiese, le señaló el R. Pa– dre Guardián Fr. Bernardino de Segovia, que lo era entonces de aquel convento, á su hermano Fr. Bartolomé, y éste (que era novicio) lo cuidaba con el desvelo que se deja discurrir, siendo como era, dos veces hermano suyo. Pero como el cuerpo del varón de Dios era todo una llaga, y los Le asi st0 su tormentos que le causaba la contínua sed hermano. que padecía eran intensos, no podía ali- viarlo como quisiera, aunque el siervo de Dios los sufría con tanta resignación que confundía á todos- los que lo miraban. Para pagarle á su hermano Fr. Barto– lomé todo el cuidado que tenía en la asistencia de su cuerpo, solicitaba con

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