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-- 91 --– .:.5:~.:.S:~~~~.:.S: devota sel1ora c¡ue en aquellos momentos necesitaba de sus concejos y ayuda. La gracia de la discreción de espíritu, el poder escudriñar lo rnüs recóndito de Dis'.'r.eción de las conciencias fué dón especialísirno esprrrtu. , que desde su ingreso eu nuestra Ordeu lo poseyó nuestro bendito religioso. Es– tanc--lo todavía de uovicio en el convento de Valencia, vió entrar en la Iglesia un jóven apuesto y bien vestido, que hin• cándose de rodillas ante el altar mayor, pareeía que oraba fervorosameute. El Pa– dre Franciseo pidió licencia á su Maestro para hablar á aquel mancebo, la cual ob– tenida, se acerca á él y con acento más q:1e paternal, le descubre lns tcreid,is in– teneiones con que bahía ido al templo y la fealdad y hediondez de su impuro co– razón, ame11azándole, si no se enmenclH·· ba, eon un ctistigo temporal primero, y después, si persistía en su malas costum– bres, con las penas eternas del abismo. El gentil mozo, atónito al ver descubier– tos de una manera tau clara los secretos de su conciencin, arrojóse á los piés del novicio, prometiéndole romper las cade– nas que le esclavizaban al pecado. Pero, ineonstante eu su promesa, al poco tiem– po volvió al mu! hábito, recibiendo el pri- lJún de' pone• mer golpe qne le había pr~dicho el varón ':ªr los inte- sao to. Las pnlabras, conse.1os y amenaza,; nores. de éste, acudieron en tropel á su memo- ria, para acusarle de su ingr,ltitud y perfi– dia; la voz de Dios resonó ele nuevo en el fondo ele su alma, y llorando esta vez con más arrepentimiento que nunca sus

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