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- 90 formó en su hacienda de Almucofas. don Juan Peris,insigne bienhechord0 nue:Jtra Orden, agravándose tanto la enfermedad que se perdió toda esperanza de vida. En tal estado el enfermo, penetró en su habi– tación el P. Francisco, quien después de consolarle con afectuosas paw.braE, le aseguró que no moriría de aquella enfer– medad, antes por el c0ntrario, Dios iba · á d0volverie muy pronto la salud. Dicho esto, desapareció de la al('oba el·PLdre, dejando muy consolado al paciente, el cual creyendo qne su protector irü de viaje, llamó en seguida á sus críados pa– ra que preparasen de comer al P. Capu– chino. Los sirvientes, aunque advirtieron grande alivio e:Q su sefi.or , juzgaron que deliraba, pues no habían visto allí á nin- ~ón de cura– gun religioso, ni podía haber er.trado sin ciones. ellos percibirle,, por estar cerradas todas las puertas. Sin embargo, el doliente ase- guraba que en aquel mismo instante ha- bía salido de su aposento el P. Frar.cisco de Sevilla,y :repetía transporta&:, de gozo, todo lo que el siervo de Dios acaba::>a de decirle. La repentina curación del enfer- mo vino á patentizar la realidad delcaso, el que fué atestiguado en vari:is o-:msio- nes con formal juramento por el re:erido señor D. Juan Peris. Luego ccmprobóse concienzudamente que en la hora □isma en que el enfermo vió al V. Padre, éste se hallaba también en la celda de su con- vento. En Osuna repitió con otro enfer- mo idéntico milagro,.y en Mad::-id, sin de- jar nuestro nionas~erio, se :.:.pareció á una

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