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...A estos resplandores que iluminan la noche, ca– mina el fraile por su sendero tan atardecido cuanto árido... Dios y la pena le acompañan. También, Juan de Yepes, asomado a unos cerros de Ubeda que son balcones del propio paraíso; también, el maestro Avila, que glosó cuarenta años consecutivos el Corpus granadino, y le quedaron redaños para otros cuaren– ta más; también, Juan Ramón, que pidió astil de cruz para su último sueño; también, León Felipe, con su nombre de juglar de mercado en Atienza de los Juglares; también, Antonio, el profesor de len• guas vivas, que tenía en su propia leng_ua la muerte que no muere. Yo, que téngome por incapaz de prólogo crítico, he borroneado estos renglones por decir algo-,¡ quizá no digan nada!-del fráter caminante de atardece– res. Si quien lo lea, por la virtud pegadiza de lo funarnbúlico, entra c9n mejor pie, y más castigado paladar, en la obra de fray Gonzalo, mejor que me– jor, y loado sea el hilo de Ariadna que, frágil, con– duce certero al laberito. Si lo contrario fuese, y mis prosas no añadieran más que humareda vana a la obra resplandeciente, avéntelas en buena hora el lec– tor y quédese con la almendrica madura de los den– tros, desestimando el cascajo de la envoltura, que siempre daña el ruido de las nueces, y más como cuando éstas, se ofrecen blandas de leche y no ne– cesitan cascarón que las prevenga de hogañas ran– ciedades... Fray Gonzalo de Córdoba, humanista y humaniza- 21
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