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nuestro fray Gonzalo; lento paso de humanista a lo Lucio Marineo Sículo; a lo Pedro Maxía, el sevillano, de ancha frente triste y diálogos y monólogos sole– dosos ... Va alquitarando su sentir, su pensar, que se decanta en el goterón del poema, oleoso cabe la copa autumnal del silencio... ¿Formas? ¿Escuelas? ¿Mo– dos y maneras? A todo crítico, le incapacita la con• templación de lo insólito. El hecho del fraile cami– nador y adelgazador de su ego, para hacer con él volatizadas armonías dulciamargas que nos hablen de la perpetuidad de los trances fugaces, y de la constancia de un temblor de Dios bajo nuestra tie rra, ya es algo fuera de lo cuotidiano y que no deja santo y seña a críticas ni zarandajas. Quizá su obra aliente el aliento de los que alentaron para lo eterno; esto es una intersección en el mismo camino descon– solado. ¿El eco de los místicos y los ascéticos espa– ñoles? ¡Bien está! ¿La ausencia metafórica de los primitivos castellano-leoneses, remejidos al dolor de lo exacto, como en el filial y lilial lorge Manri– que?... ¡Mejor que mejor! ¿Resonancias de una triste vaguedad andaluza, que va de las casidas de Almo– tamid a los también vuelos colombinos de Juan Ra– món, el moguereño? ,' Loado sea Dios por estas pers– pectivas! ¿Un sereno regusto a aquellos trenos pe– nitenciales de León Felipe, el de Zorita de los Ca– nes? ¡Con bien vendrán los trenos! ¿Alguna rama verdecida en olmo soriano, que quisiera asomarse a un Duero de aguas numantinas y machaazanas? ¡ Nada estorba cuando el reflejo 11iene de blandón en túmulo de reyes! 20
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