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zato, sobrio a fuerza de cordobés, Quiere ahorrar pa– labras; o mejor dicho, quiere que cada palabra se ensanche hasta lo infinito en un significado que esté más allá de los lenguajes figurados; tocando a los lenguajes intuidos, que son aquellos que no necesitan hablarse ni escribirse. En los caminos del mediodía, este sería un afán fallido. El mediodía concreta y recorta; asume y re– sume; explica o define. ¡ Pero los caminos del atar– decer... ! .. .Juan de Avila no hubiera podido ir a Trento, pero sí voceó-:--¡ poetizó !-cuarenta años con– secutivos, el Corpus de Granada, que tiene un atar– decer tan bello, que las torres de Comares pueden llamarse custodias para la Carne de Cristo transus– tanciado. Otro tanto el de Fontiveros. Castilla es de– masiado cenital; divinamente diseñadora d~ realida– des; sin la fantasmagoría de una Ubeda, sobre cuyos cer;ros campan todas las posibilidades que no tienen posibilidad hacedera... ¿Vendríamos, acaso, a la ,consecuencia de una «geografía, o topografía» de atardeceres? ,; Ni Dios lo quiera, aunque la tentación es sa– brosa por funambúlica! ... Sobre todos los caballos de Troya, cabalga y puede el factor humano, y él, es quien apunta y decide todas las soluciones. La hu– manidad de fray Gonzalo de Córdoba, ,se manifiesta plena en su vocación autumnal,· en su poética de fin de tarde. Si en lo ,otro fué competente, aquí es vidente y evidente, que supone un gran jalón de al– titudes. ¿Cátedra? ¡Sí! ¿Archivos fatigosos? ¡Sí! ¿Pro– curadurías y postulaciones? ¡Sí!... Todo, con una 17
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