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es siempre la mácula: el plomo en el ala, que hace caer la avecilla sin lograr su remonte. Estorba siem– pre lo inmediato, igual que se trate de mármol de diosas que de corpiño de zagalejas: ¡ igual Clori que Diana, y ello con permiso de los altos caballeros Garcilaso y Rubén! Ni aún siquiera-para puntualizar más exagerada– mente-admitimos los tapices sacros de fray Hojeda, pese a que sus octavas son caracolas de un mar océa– no que resuenan con vagido inmortal. Sólo, sí, al di– vino Lope-¡ la flor de la maravilla!--, que decía «tened los ramos», y no eran ramos, sino almas lo que los ángeles habrían de sostener porque mejur durmiera el Infante-Dios. Fray Gonzalo se olvidó de su antigua vida sus– tanciosa y rendidora. Dejó ,que se muriera todo. Por el milagro cósmico de la poesía, aquello muerto, iba a traer subitáneas iluminaciones: ¿No es así la luz estelar que hoy percibimos, y que acaso pudiera per– tenecer a estrellones muertos hace mil años? Digo, por eso, milagro cósmico de la poesía. Este libro es reluciente y tremeluciente. Si tuviese noticias vivas, estaría empañado por ellas mismas y tendrta la caducidad que tiene lo noticioso. Fray Gonzalo, hubiera querido lograr el libro sin escri– birlo, que a tanto llega su ansiedad depurada. Acor– tar la prosodia cuanto más se pueda. ¡ Tuércele el cuello al cisne!, que alguien dijo. Y los poetas se pierden porque tienen cisnífera prodigalidad: porque de cada «ese» de su léxico, quisieran hacer un cisne ,que se mirase y recontonease en el espejo de todas las posibles albuferas parlanchinas. No así fray Gon- 16

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