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de ese breve Sinaí que se alza del entrecejo al fron– tal pelado y desconsolado. De esta vertiente bajan los caminos del atardecer; los del difícil recorrido, huraños de sombras y altilejanos de estrellas... En el monte dé la frente, tuvo Juan de Fontiveros la pa– loma de las liras incoherentes; de ese mismo alcor, bajó la estremecedora agua epistolar al cálamo cu- 1 rrente del de Avila, como bajan nieves derretidas, o lumbres derretidas, de los desnudos Mulhacenes don– de atardece a unas horas nunca previstas; siempre sobrecogedoras... ¡Cátate, pues, a fray Gonzalo, encapuchado y líri– co para su postrera caminata: la de su inventad0 atardecer. La hagiografía o la canónica ya no le acompañan. Aconsejaba el Seráfico a los primero.~ Menores, la desposesión total en el trance de cami– nantes: ¡ como para la muerte: sin nada!: como para la poesía: sin nada! El proceso poético supone siempre un ayuno ab• soluto de noticias, de anécdotas, que dure cuaren– tenas enteras, para no dañar el suspiro con la mas– ticación, ni confundir el hálito con el regodeo. Claro que hay que echarse al desierto después de bien nu– trido, pero luego, allí, en los arenales, comerse uno a sl mismo en heroica autofagia temblorosa, con fo que sólo la sustancia del yo, se decante en la crea– ción con mucho de metafísica. Mala la poética nu– trida de noticias. El proceso inicial de lo poético con– siste en el olvido de lo anterior; de lo que rezuma ese aceite torturado de la escolástica, o ese vinagrillo del cuento que trasciende a cominería. La referencia 15

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